“No hay revolución verdadera sin profunda revolución cultural”
Por: Álvaro García Linera / Fuente:
www.elviejotopo.com
La economía es decisiva. En la economía nos jugamos nuestro destino como gobiernos progresistas y revolucionarios. Si no hay los satisfactores básicos, no cuenta el discurso. El discurso habrá de ser eficaz, puede crear expectativas positivas colectivas, sobre una base material de satisfacción mínima de condiciones necesarias. Si no están esas condiciones necesarias, cualquier discurso, por muy seductor, por muy esperanzador que sea, se diluye ante la base económica.
Yo quisiera hacer una reflexión de lo que está pasando en el Continente,
de lo que veo que ocurre en el Continente. No estamos en un buen momento.
Tampoco es un momento terrible. Pero este es un momento de inflexión histórica.
Algunos hablan de un retroceso, de un avance los restauradores. Lo cierto es
que en el último año, después de diez años de intenso avance, de irradiación
territorial de gobiernos progresistas y revolucionarios en el Continente, este
avance se ha detenido, y en algunos casos ha retrocedido, y en otros casos está
en duda su continuidad.
De manera fría, como lo tiene que hacer un revolucionario, tiene que
hacer un análisis de plaza, en terminología militar, analizar las fuerzas y
escenarios reales que hay, sin ocultar nada, porque dependiendo de la claridad
del análisis que uno hace, es que sabrá encontrar las potencias, las fuerzas
reales prácticas del avance futuro.
No cabe duda que hay una limitación o una contracción territorial de
este avance de los gobiernos progresistas. Allá donde han triunfado las fuerzas
conservadoras, hay un acelerado proceso de reconstitución de las viejas elites
de los años 80 y 90, que nuevamente quieren asumir el control de la gestión
estatal, el control de la función estatal. En términos culturales, hay un
esfuerzo denodado desde los medios de comunicación, desde las ONG, desde
intelectuales orgánicos de la derecha, por devaluar, por poner en duda,
por cuestionar la idea y el proyecto de cambio y de revolución.
Todo esto dirige su ataque hacia lo que podemos considerar como la
década dorada, la década virtuosa de América Latina. Son más de diez años que
el Continente, de manera plural y diversa, unos más radicales que otros, unos
más urbanos, otros más rurales, con distintos lenguajes muy diversos, pero de
una manera muy convergente, América Latina, desde los años 2000, ha vivido los
años de mayor autonomía y de mayor construcción de soberanía que uno pueda
recordar desde la fundación de los Estados en el siglo XIX.
Cuatro cosas caracterizaron esta década virtuosa latinoamericana.
Lo primero lo político: un ascenso en lo social, y fuerzas populares que
asumen el control del poder del Estado, superando el viejo debate de
principios de siglo que si es posible cambiar el mundo sin tomar el poder, los
sectores populares, trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, clases
subalternas, superan ese debate teoricista y contemplativo de una
manera práctica. Asumen las tareas de control del Estado. Se vuelven
diputados, asambleístas, senadores, asumen función pública, se movilizan, hacen
retroceder políticas neoliberales, toman gestión estatal, modifican políticas
públicas, modifican presupuestos, y en diez años asistimos a lo que podría
denominarse una presencia de lo popular, de lo plebeyo, en sus diversas clases
sociales, en la gestión del Estado.
Igualmente en esta década asistimos a un fortalecimiento de la
sociedad civil: sindicatos, gremios, pobladores,
vecinos, estudiantes, asociaciones, comienzan a diversificarse y a proliferar
por distintos ámbitos. Se rompe la noche neoliberal de apatía, de simulación
democrática, para recrear una potente sociedad civil que asume un
conjunto de tareas en conjunción con los nuevos Estados
latinoamericanos.
En lo social, en Brasil, en Venezuela, en Argentina, en Bolivia, en
Ecuador, en Paraguay, en Uruguay, en Nicaragua, en El Salvador, vamos a asistir
a una potente redistribución de la riqueza social. Frente a las políticas de ultra-concentración de la riqueza, que
habían convertido al continente latinoamericano en uno de los continentes más
injustos del mundo, desde los años 2000, encabezados por gobiernos progresistas
y revolucionarios, asistimos a un poderoso proceso de redistribución de la
riqueza. Esta redistribución de la riqueza va a llevar a una ampliación de las
clases medias, no en el sentido sociológico del término, sino en el sentido de
su capacidad de consumo. Se amplía la capacidad de consumo de los trabajadores,
de los campesinos, de los indígenas, de distintos sectores sociales
subalternos.
Igualmente, América Latina va a llevar adelante la limitación de las
desigualdades sociales que no habían podido lograrse en los últimos 100 años. Las diferencias en los
porcentajes entre el 10% más rico y el 10% de los más pobres, que arrojaba
cifras de más de 100, 150, 200 veces en la década del 90, al finalizar la
primera década del siglo XXI, se ha reducido a 80, 60, a 40, de una manera que
amplía la participación e igualdad de los sectores sociales.
En lo económico, con mayor o menor intensidad cada uno de los gobiernos
de estos Estados va a ensayar propuestas post-neoliberales en la gestión
económica. No estamos hablando todavía de
propuestas socialistas. Estamos hablando de propuestas post-neoliberales, que
permiten que el Estado retome un fuerte protagonismo. Algunos países llevarán
adelante procesos de nacionalización de empresas privadas o llevarán adelante
la creación de empresas públicas, la ampliación del aparato estatal, la
ampliación de la participación del Estado en la economía, para generar formas
post-neoliberales de la gestión de la economía, recuperando la importancia del
mercado interno, recuperando la importancia del Estado como distribuidor de la
riqueza, recuperando la participación del Estado en áreas estratégicas de la
economía.
En política externa, se va a constituir lo que podríamos denominar de
una manera informal, una internacional progresista y revolucionaria a nivel
continental. No va a existir un COMITERN, como en la vieja Unión Soviética,
pero de alguna manera, el Presidente Lula, el Presidente Kirchner, el
Presidente Correa, el Presidente Evo, el Presidente Chávez, van a asumir
lo que podríamos llamar una especie de comité central de una internacional
latinoamericana, que va a permitir pasos gigantescos en la constitución de nuestra
independencia. En esta década, la OEA, que anteriormente decidía los
destinos de nuestro continente bajo la batuta de Estados Unidos, que ponían el
dinero y ponían con eso todas las disposiciones, surgirá la CELAC, surgirá la
UNASUR, surgirá una integración propia de latinoamericanos, sin Estados Unidos,
sin la necesidad de tutelajes, sin la necesidad de patrones.
Igualmente, la solidaridad entre los gobiernos y entre los países para
consolidar una política y externa se llevará adelante. Recordaba el compañero
Carlos Ghiroti, que estuvo en Santa Cruz cuando había un golpe de Estado en
Bolivia… En ese entonces, 5 de los 9 departamentos que tiene Bolivia estaban
bajo control de la derecha. Ni el Presidente Evo, ni este Vicepresidente,
podíamos aterrizar en esos departamentos, no podíamos controlar las autoridades
en esos departamentos, no podíamos hacer gestión ahí, el país estaba dividido,
la derecha había asumido el control político, había dualizado el poder,
amenazaba y llevaba adelante un golpe de Estado, amenazaba con guerra civil. Y
en estos tiempos, fue la UNASUR, fue el Presidente Kirchner, fue el Presiente
Chávez, fue el Presidente Correa, fue el Presidente Lula, quienes nos ayudaron
para restablecer el orden.
En conjunto, entonces, el continente, en esta década virtuosa, llevó
adelante cambios políticos: la participación del pueblo en la construcción de
Estados de nuevo tipo. Cambios sociales: redistribución de la riqueza y
reducción de las desigualdades. Economía: participación activa del Estado en la
economía, ampliación del mercado interno, creación de nuevas clases medias. En
lo internacional, integración política del Continente. No es poca cosa en diez
años, que son quizás los años, desde el siglo XIX, más importantes de
integración, de soberanía, de independencia, que ha tenido nuestro continente.
Sin embargo, y hay que asumir de frente el debate, en los últimos meses
este proceso de irradiación y de expansión territorial de gobiernos
progresistas y revolucionarios, se ha estancado. Hay un regreso de sectores de la derecha, en algunos países
importantísimos y decisivos del continente, hay amenaza de que la derecha
retome el control en otros países, y es importante que nos preguntemos por qué.
¿Qué ha sucedido para que hayamos llegado a esta situación? Evidentemente la
derecha siempre va a intentar sabotear los procesos progresistas. Es un tema de
sobrevivencia política de ellos, es un tema de control y disputa por el
excedente económico. La derecha en el mundo entero, y en el continente, es derecha
y se vuelve empresarial, se vuelve millonaria, usufructuando los recursos
públicos. Está claro que la derecha siempre va a buscar conspirar y ese es un
dato de la realidad. Pero es importante que evaluemos qué cosas nosotros no
hemos hecho bien, dónde hemos tenido límites, tropiezos, qué ha permitido o
quiere permitir que la derecha retome la iniciativa. Porque si nos damos cuenta
dónde está nuestra debilidad, está claro que podemos superar esa debilidad e
impedir ese regreso de la derecha o retomar nuevamente la iniciativa, para
sustituir a esa derecha nuevamente con la movilización democrática del
pueblo.
Yo marcaría cinco límites y cinco contradicciones que se han hecho
presentes, que han aflorado en esta década virtuosa continental. No voy a
marcar por orden de importancia sino simplemente por orden lógico.
Una primera debilidad, una primera falencia, que hemos tenido o podemos
tener son las contradicciones al interior de la economía. Es como si le
hubiésemos dado poca importancia al tema económico al interior de los procesos
revolucionarios. Y ese es un peligro, porque no se
olviden que Lenin decía: la política es economía concentrada. Claro, en
oposición, cuando uno es opositor no gestiona nada. Lanza un proyecto de país,
irradia una propuesta económica, pero no gestiona. Su convocatoria hacia el
pueblo es en función de propuestas, iniciativas, sugerencias, pero no
todavía en función de gestión. Entonces, cuando uno es opositor importa
más la política, la organización, las ideas, la movilización, acompañada de
propuestas de economía más o menos atractivas, creíbles, articuladoras. Pero
cuando uno es gestión de gobierno, cuando uno se vuelve Estado, la economía es
decisiva. Y no siempre los gobiernos progresistas y los líderes revolucionarios
han asumido la importancia decisiva de la economía cuando se está en gestión de
gobierno. La base económica de cualquier proceso revolucionario es la economía.
Cuidar la economía, ampliar los procesos de redistribución, ampliar el
crecimiento, eran también las preocupaciones de Lenin allá en 1919, 20, 21, 22,
cuando pasado el comunismo de guerra tiene que afrontar la realidad de su país
destrozado. Ha resistido la invasión de siete países, ha derrotado a la
derecha, pero hay siete millones de personas que han muerto de hambre. ¿Qué
hace un revolucionario, qué hace Lenin? La economía. Todos los textos de Lenin
después del comunismo de guerra es la búsqueda de un lado y del otro de cómo
restablecer la confianza de los sectores populares, obreros y campesinos, a
partir de la gestión económica, del desarrollo de la producción, de la
distribución e la riqueza, del despliegue de iniciativas autónomas de
campesinos, de obreros, de pequeños empresarios, incluso de empresarios, para
garantizar una base económica que dé estabilidad, que dé bienestar a su
población, habida cuenta que no se puede construir socialismo ni comunismo
desde un solo país, habida cuenta que hay mercado mundial que regula las
relaciones, que el mercado y la moneda no desaparecen por decreto, habida cuenta
que la moneda y el mercado no desaparecen estatizando los medios de producción,
habida cuenta que la economía social y comunitaria solamente podrán surgir en
un contexto de avance mundial y continental como es el mercado, como es la
moneda, y mientras tanto le toca a cada país resistir, crear condiciones
básicas de sobrevivencia, crear condiciones básicas de bienestar para su
población, pero eso sí, manteniendo el poder político en manos de los
trabajadores. Se puede hacer cualquier concesión, se puede dialogar con
quien sea que permita ayudar al crecimiento económico, pero siempre
garantizando el poder político en manos de los trabajadores y los
revolucionarios.
La economía es decisiva. En la economía nos jugamos nuestro destino como gobiernos progresistas y revolucionarios. Si no hay los satisfactores básicos, no cuenta el discurso. El discurso habrá de ser eficaz, puede crear expectativas positivas colectivas, sobre una base material de satisfacción mínima de condiciones necesarias. Si no están esas condiciones necesarias, cualquier discurso, por muy seductor, por muy esperanzador que sea, se diluye ante la base económica.
Una segunda debilidad en el tema económico.
Algunos de los gobiernos progresistas y revolucionarios han adoptado
medidas que han afectado al bloque revolucionario, potenciando al bloque
conservador. Ciertamente que un gobierno
debe gobernar para todos, es la clave del Estado. El Estado es el monopolio de
lo universal, ahí radica su fuerza y su poderío, representar lo universal,
sabiendo que lo universal es lo particular irradiado y articulante en el resto
de los sectores. Pero gobernar para todos no significa entregar los recursos o
tomar decisiones que por satisfacer a todos debiliten tu base social que te dio
vida, que te da sustento y que te son al fin y al cabo los únicos que saldrán a
las calles cuando las cosas se pongan difíciles.
¿Cómo moverse en esa dualidad: gobernar para todos, teniendo en
cuenta a todos, pero en primer lugar, por siempre, como dice la Iglesia
Católica de base, tomando una opción preferencial, prioritaria por los
trabajadores, por los pobladores, por los campesinos? No puede haber
ningún tipo de política económica que deje de lado a lo popular. Cuando se hace
eso, creyendo que se va a ganar el apoyo de la derecha, o que va a
neutralizarla, se comete un error, porque la derecha nunca es leal. A
los sectores empresariales los podemos neutralizar, pero nunca van a estar de
nuestro lado. Y vamos a neutralizarlos siempre y cuando vean que lo popular es
fuerte y movilizado. En cuanto vean que lo popular es débil, o cuando vean que
hay debilidad, los sectores empresariales no van a dudar un solo instante para
levantar la mano y clavar un puñal a los gobiernos progresistas y
revolucionarios.
Hay quienes dicen desde el lado de una supuesta izquierda, más
izquierda, que el problema fue que los gobiernos progresistas no tomaron
medidas más duras de socialización y de levantar el comunismo y de acabar con
el mercado y disolverlo, como si el problema fuera un tema de voluntad o de
decreto. Se puede sacar un decreto que diga que no hay mercado, sin embargo, el
mercado va a seguir. Podemos sacar un decreto que diga acabar con las compañías
extranjeras, sin embargo las herramientas para los celulares y para las
máquinas, van a requerir el conocimiento universal y planterio que los envuelve
a todos. Un país no puede volverse autárquico. Ninguna revolución ha aguantado
ni va a sobrevivir en la autarquía ni en el aislamiento. O la
revolución es mundial y continental o es caricatura de revolución.
Y en lo económico, evidentemente, los gobiernos progresistas y
revolucionarios significaron un empoderamiento de trabajadores, de campesinos,
de obreros, mujeres, jóvenes, con mayor o menor radicalidad según el país que
se tome en cuenta. Pero un poder político no va a ser duradero si no viene
acompañado de un poder económico de sectores populares. ¿Qué significa eso? En
cada país habrá que resolverlo. Pero poder político tiene que ir
acompañado de poder económico, porque si no se va a seguir presentando la
dualidad. Poder político en manos de los trabajadores, poder económico en manos
de los empresarios o el Estado. Pero el Estado no puede sustituir a los
trabajadores. Podrá colaborar, podrá mejorar, pero tarde o temprano
tiene que ir disolviendo poder económico en los sectores subalternos.
Creación de capacidad económica, creación de capacidad asociativa
productiva de los sectores subalternos, esa es la clave que va a decidir a
futuro la posibilidad de pasar de un post-neoliberalismo a un post-capitalismo.
El segundo problema que estamos enfrentando los gobiernos progresistas
es la redistribución de riqueza sin politización social. ¿Qué significa esto? La mayor parte de nuestras medidas han
favorecido a las clases subalternas. En el caso de Bolivia el 20% de los
bolivianos ha pasado a las clases medias en menos de diez años. Hay una
ampliación del sector medio, de la capacidad de consumo de los trabajadores,
hay una ampliación de derechos, necesarios, sino no seríamos un gobierno
progresista y revolucionario. Pero, si esta ampliación de capacidad de consumo,
si esta ampliación de la capacidad de justicia social no viene acompañada con
politización social, no estamos ganando el sentido común. Habremos
creado una nueva clase media, con capacidad de consumo, con capacidad de
satisfacción, pero portadora del viejo sentido común conservador.
¿Cómo acompañar a la redistribución de la riqueza, a la ampliación de la
capacidad de consumo, a la ampliación de la satisfacción material de los
trabajadores, con un nuevo sentido común? ¿Y qué es el sentido común? Los preceptos íntimos, morales y lógicos con
que la gente organiza su vida. ¿Cómo organizamos lo bueno y lo malo en lo más
íntimo, lo deseable de lo indeseable, lo positivo de lo negativo? No se trata
de un tema de discurso, se trata de un tema de nuestros fundamentos íntimos, en
cómo nos ubicamos en el mundo. En este sentido, lo cultural, lo
ideológico, lo espiritual, se vuelve decisivo. No hay revolución verdadera, ni
hay consolidación de un proceso revolucionario si no hay una profunda
revolución cultural.
Porque es muy cierto que podemos levantarnos y unirnos, como decía el
compañero, cuando explicaba lo de la democracia espasmódica, que me encantó esa
frase, está bien, en un momento de espasmo y arrebato nos unimos, deliberamos y
tomamos decisiones, pero luego uno regresa a la casa, regresa al trabajo, a la
actividad cotidiana, a la escuela, a la universidad, y vuelve a reproducir los
viejos esquemas morales y los viejos esquemas lógicos de cómo organizar el
mundo. Y qué hemos hecho. Claro, mi participación en la asamblea fue un
espasmo, pero no fue profundidad que democratizó mi ser interno. ¿Cómo llevar
la democratización de la asamblea, como espacio, como experiencia colectiva, a
una democratización del alma, al espíritu de cada persona, en su universidad,
en su barrio, en su sindicato, gremio, barrio? Ese es el gran reto. Es decir,
no hay revolución posible si no viene acompañada de una profunda revolución
cultural. Y ahí estamos atrasados. Ahí la derecha ha tomado la iniciativa. A
través de medios de comunicación, de control de universidades, de fundaciones,
de editoriales, de redes sociales, de publicaciones, a través del conjunto de
formas de constitución de sentido común contemporáneas. ¿Cómo retomar la
iniciativa? Esta angustia la comentábamos con el Presidente Evo, cuando leíamos
que muchos de nuestros hermanos que son dirigentes sindicales, o que son
líderes estudiantiles, ven como una especie de ascenso social llegar al
Parlamento, o convertirse en dirigentes, es la culminación de una carrera
social. Tienen derecho, después de haber sido siglos marginados del poder
político, e imaginarse que pueden ser dirigentes es un hecho de justicia.
Pero muchas veces es más importante ser un dirigente de barrio, ser un
dirigente de universidad, ser un comentarista de radio, ser un dirigente de
base, que ser autoridad. Porque es en el trabajo cotidiano con la base donde
uno gesta la construcción de sentido común. Y cuando vemos camadas enteras,
cuando vemos a nuestros hermanos saliendo del barrio, de la comunidad, del
sindicato, para buscar con derecho legítimo ser autoridad, luego queda un
vacío y ese vacío lo llena la derecha. Y luego tendremos un buen ministro o un
buen parlamentario, pero tendremos un mal sindicalista, un mal dirigente
universitario, en general predispuestos a someterse a la derecha. Vuelvo a
decir, cuando uno está en gestión de gobierno es tan importante un buen
ministro o parlamentario como un buen dirigente revolucionario sindical,
barrial, estudiantil, porque ahí también se hace la batalla por el sentido
común.
Una tercera debilidad que estamos presentando los gobiernos progresistas
y revolucionarios es una débil reforma moral. La corrupción es clarísimo que es un cáncer que corroe la sociedad,
no ahora, sino hace 15, 20, 100 años. Los neoliberales son ejemplo de
una corrupción institucionalizada, cuando amarraron la cosa pública y la
convirtieron en privada. Cuando amasaron fortunas privadas robando fortunas
colectivas a los pueblos de América Latina. Las privatizaciones han
sido el ejemplo más escandaloso, más inmoral, más indecente, más obsceno, de
corrupción generalizada. Y eso lo hemos combatido. Pero no basta. No ha sido
suficiente. Es importante que, así como damos ejemplo de restituir la res publica,
los recursos públicos, los bienes púbicos, como bienes de todos, en lo
personal, en lo individual, cada compañero, Presidente, Vice-Presidente,
Ministros, Directores, parlamentarios, gerentes, en nuestro comportamiento
diario, en nuestra forma de ser, nunca abandonemos la humildad, la sencillez,
la austeridad y la transparencia.
Hay una campaña de moralismo insuflado últimamente en los medios. En el
caso de Bolivia decimos: ¿Qué ministro, qué viceministro, qué diputado del
pueblo, tiene una compañía en Panamá Papers? Ninguno. Pero en cambio podemos
enumerar Diputados, Senadores, candidatos, Ministros, de la derecha que en fila
inscribieron sus empresas en Panamá para evadir impuestos. Ellos son los
corruptos, ellos son los sinvergüenzas y nos acusan a nosotros de corruptos,
sinvergüenzas, que no tenemos ninguna moral. Pero, hay que seguir insistiendo
en la capacidad de mostrar con el cuerpo, con el comportamiento y con la vida
cotidiana lo que uno procura. No podemos separar lo que pensamos de lo que hacemos,
lo que somos de lo que decimos.
Un cuarto elemento, que yo no diría de debilidad, es un elemento que se
presenta en la experiencia latinoamericana, y que no la vivieron ni Rusia, ni
Cuba, ni China: el tema de la continuidad del liderazgo en regímenes
democráticos. Cuando triunfa una revolución
armada, la cosa es fácil, porque la revolución armada logra finiquitar, casi
físicamente, a los sectores conservadores. Pero en las revoluciones
democráticas tienes que convivir con el adversario. Lo has derrotado, lo has
vencido, discursivamente, electoralmente, políticamente, moralmente, pero ahí
sigue tu adversario. Es parte de la democracia. Y las Constituciones tienen
límites, 5, 10, 15 años, para la elección de una autoridad. ¿Cómo se da
continuidad al proceso revolucionario cuando tiene esos límites? Es un tema del
que no se ocuparon otros revolucionarios, porque resolvieron el problema al
principio. Nosotros no. Forma parte de nuestra experiencia revolucionaria.
¿Cómo se resuelve el tema de la continuidad del liderazgo? Van a decir: lo que
pasa es que los populistas, los socialistas, son caudillistas. Pero, ¿qué
revolución verdadera no personifica el espíritu de la época? Si todo depende de
instituciones, eso no es revolución. Ninguna revolución late en las
instituciones. No hay revolución verdadera sin líderes ni caudillos. Es la
subjetividad de las personas lo que se pone en juego. Cuando ya son las
instituciones quienes regulan la vida de un país, estamos ante democracias
fósiles. Cuando es la subjetividad de las personas lo que define los destinos
de un país, estamos ante procesos verdaderos de revolución. Pero el tema es
cómo damos continuidad al proceso teniendo en cuenta que hay límites
constitucionales para un líder. Hay límites constitucionales para una persona.
Ese es un gran debate, no es fácil resolverlo. No tengo yo la respuesta. Hay
varios países en los que se está atravesando ese proceso: Bolivia, Ecuador. Tal
vez la importancia ahí de liderazgos colectivos, de trabajar liderazgos
colectivos, que permitan que la continuidad de los procesos tenga mayores
posibilidades en el ámbito democrático. Pero incluso a veces ni eso es
suficiente. Esta es una de las preocupaciones que corresponde ser resueltas en
el debate político. ¿Cómo damos continuidad subjetiva a los liderazgos
revolucionarios para que los procesos no se trunquen, no se limiten, y puedan
tener una continuidad en perspectiva histórica?
Por último, una quinta debilidad que quiero mencionar de manera
autocrítica pero propositiva, es la débil integración económica y continental.
Hemos avanzado muy bien en integración política. Y los bolivianos somos los primeros en agradecer la solidaridad de
esta Argentina, de Brasil, de Ecuador, de Venezuela, de Cuba, cuando hemos
tenido que enfrentar problemas políticos. Y gracias a ellos estamos donde
estamos. El Presidente Evo está donde está gracias a la solidaridad política de
Presidentes y de los pueblos latinoamericanos. Pero integración económica… Esto
es mucho más difícil. Porque cada gobierno está viendo su espacio geográfico,
su economía, su mercado, y cuando tenemos que leer los otros mercados, ahí
surgen limitaciones. No es una cosa fácil la integración económica. Uno habla,
pero cuando tienes que ver la balanza de pagos, inversiones, tecnología, las
cosas se ralentizan. Este es el gran tema. Soy un convencido de que América
Latina solo va a poder convertirse en dueña de su destino en el siglo XIX si
logra constituirse en una especie de Estado continental, plurinacional, que
respete las estructuras nacionales de los Estados, pero que a la vez de ese
respeto de las estructurales locales y nacionales, tenga un segundo piso de
instituciones continentales en lo financiero, en lo económico, en lo cultural,
en lo político y en lo comercial. ¿Se imaginan si somos 450 millones de
personas? Las mayores reservas de minerales, de litio, de agua, de gas, de
petróleo, de agricultura. Nosotros podemos direccionar los procesos de
mundialización de la economía continental. Solos, somos presas de la angurria y
el abuso de empresas y países del Norte. Unidos, América Latina, vamos a poder
pisar fuerte en el siglo XXI y marcar nuestro destino.
La derecha quiere retomar la iniciativa. Y en algunos lugares lo ha
logrado, aprovechando alguna de estas debilidades. ¿Qué va a pasar, en qué
momento estamos, qué viene a futuro? No debemos asustarnos. Ni debemos ser
pesimistas ante el futuro, ante estas batallas que vienen. Marx, en 1848,
cuando analizaba los procesos revolucionarios, siempre hablaba de la revolución
como un proceso por oleadas. Nunca imaginó un proceso ascendente, continuo, de
revolución. Decía, la revolución se mueve por oleadas. Una oleada, otra oleada,
y la segunda oleada avanza más allá de la primera, y la tercera más allá de la
segunda. Me atrevo a pensar que estamos ante el fin de la primera oleada. Y
está viniendo un repliegue. Serán semanas, serán meses, serán años, pero está
claro que como se trata de un proceso, habrá una segunda oleada, y lo que
tenemos que hacer es prepararnos, debatiendo qué cosas hicimos mal en la
primera oleada, en qué fallamos, dónde cometimos errores, qué nos faltó hacer,
para que cuando se dé la segunda oleada, más pronto que tarde, los procesos
revolucionarios continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más arriba,
que lo que lo hicieron en la primera oleada.
Y esta segunda oleada podrá ir más arriba porque tendrá unos soportes,
un punto de partida que no vamos a ceder. Tendrá a una Bolivia, a una Cuba, a
una Venezuela, tendrá a un Ecuador, firmes.
Tocan tiempos difíciles, pero para un revolucionario los tiempos
difíciles es su aire. De eso vivimos, de los tiempos difíciles, de eso nos
alimentamos, de los tiempos difíciles. ¿Acaso no venimos de abajo, acaso no
somos los perseguidos, los torturados, los marginados, de los tiempos
neoliberales? La década de oro del continente no ha sido gratis. Ha sido la
lucha de ustedes, desde abajo, desde los sindicatos, desde la universidad, de
los barrios, la que ha dado lugar al ciclo revolucionario. No ha caído del
cielo esta primera oleada. Traemos en el cuerpo las huellas y las heridas de
luchas de los años 80 y 90. Y si hoy provisionalmente, temporalmente, tenemos
que volver a esas luchas de los 80, de los 90, de los 2000, bienvenido. Para
eso es un revolucionario.
Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse.
Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino.
Algo que cuenta en nuestro favor: el tiempo histórico está de nuestro
lado. Ellos, lo decía el profesor
Emir Sader, no tienen alternativa, no son portadores de un proyecto de
superación de lo nuestro. Ellos simplemente se anidan en los errores, en las
envidias, de lo pasado. Ellos son restauradores. Ya conocemos lo que hicieron
con el continente. Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, sabemos lo que hicieron
ellos, porque gobernaron en los años 80 y 90. Y nos convirtieron en países
miserables, dependientes, nos llevaron a situaciones de extrema pobreza, de
vergüenza colectiva. Ya conocemos lo que ellos quieren hacer. No representan el
futuro. Ellos son zombis, muertes vivientes electoralmente. Nosotros somos el
futuro.
Somos la esperanza. Hemos hecho en diez años lo que ni en cien años se
atrevieron a hacer ni dictadores ni gobiernos, porque nosotros hemos recuperado
la Patria, la dignidad, la esperanza, la movilización y la sociedad civil.
Entonces ellos tienen eso en contra. Son el pasado. Ellos son el pasado. Ellos
son el retroceso. Nosotros estamos con el tiempo histórico. Pero hay que ser
ahí muy cuidadosos. Aprender lo que aprendimos en los 80 y 90, cuando todo
complotaba contra nosotros. Acumular fuerzas, saber acumular fuerzas. Saber que
cuando uno se lanza a una batalla y la pierde, nuestra fuerza va hacia el
enemigo y se potencia y nosotros nos debilitamos. Que cuando hay que dar una
batalla, saber calcularla bien, saber obtener legitimidad, saber explicar a la
gente, saber conquistar nuevamente la esperanza, el apoyo, la sensibilidad, y
el espíritu emotivo de las personas en cada nueva pelea que hagamos. Saber que
nuevamente tenemos que entrar a la batalla minúscula y gigantesca de ideas, en
los medios de comunicación grandes, en los periódicos, en los pequeños
panfletos, en la Universidad, en los colegios, en lo sindicatos. Que hay que
volver a reconstruir nuevo sentido común de la esperanza, de la mística. Ideas,
organización, movilización.
No sabemos cuánto durará esta batalla. Pero preparémonos por si dura un
año, dos, tres cuatro. Cuando nos tocó soportar los tiempos neoliberales, la
trinchera en que estuvimos, soportamos más de 20 años. Y los que vienen desde
la dictadura, soportaron 40 años. Pero en esos tiempos, la derecha se
presentaba como portadora del cambio. Nosotros somos los abanderados del
cambio. La derecha son los abanderados del pasado.
Por lo tanto, es un buen tiempo. Siempre es un buen tiempo, en gestión
de gobierno o en oposición, el Continente está en movimiento y más pronto que
tarde, ya no serán simplemente 8, o 10 países, seremos 15, seremos 20, 30
países que celebraremos esta gran Internacional de pueblos revolucionarios,
progresistas.
Publica un comentario