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DE PATOLOGÍAS Y DEBILIDADES

Por: Mario Fernández P.

Introducirnos en el mundo de los trastornos mentales y, concretamente el que se plantea en este texto, es, desentrañar una serie de mitos en torno a un serio problema padecido por algunas personas y que tiene su expresión concreta en el hurto no calculado ni pensado, más bien, impulsado por una especie de manía que se presenta de forma inesperada y en el que se tiene plena conciencia del delito que significa tomar para sí algo que no nos pertenece.

Algunos podrán decir que este es un tema para los “especialistas”, “zapatero a sus zapatos” y cualquier otra expresión que desee anular alguna reflexión que se encuentre fuera del área de “nuestra competencia”. La verdad es, que aun cuando deben merecernos respeto aquellas personas que se dedican a investigar sobre un tema en particular, no debe ser menos importante el echar a volar nuestra imaginación, reivindicando incluso la especulación como parte del proceso creativo.

Como las leyes no distinguen entre un robo común y aquel que comete un cleptómano, es preciso que la sociedad sea capaz de plantearse la posibilidad de solicitar estudios previos a algún proceso de condena, evitando la aplicación de una pena o sanción que tal vez, se encuentre lejos de lo justo, algo así como esclarecer las verdaderas motivaciones que llevaron al reo a perpetrar el delito de hurto. Tal vez, en los llamados “países desarrollados”, según no los cuenta la pantalla fílmica, vayan bastante más al fondo de la mente de quienes cometen estos tipos de fechorías, a no ser la sostenida intención de hacer ver al mundo una película surgida de su propio imaginario con ánimos de manipulación (nada raro en ellos).

La distinción entre el hurto ejecutado por alguien que lo tiene por oficio y otro provocado por un impulso incontrolado, nos pone a pensar en la necesidad de establecer abordajes distintos, según se den los hechos, para canalizar medidas acordes con las razones (si es que las hay) que motivan a algunos, el sustraer objetos ajenos. En concreto, el esfuerzo debe concentrarse en aprender a discriminar entre el delito y la patología.

Por otro lado, la hipocresía podrá no ser un delito, ni siquiera una patología, pero su aplicación puede causar, en algunos casos peores estragos, amén de las secuelas que deja por su camino en aquellas personas víctimas de su veneno, escudándose en un tembloroso sentido de la amistad, disfrazándose en un supuesto compañerismo para finalmente, dar el zarpazo conocido como traición. Todas las bajezas y vicisitudes de los humanos utilizan como vehículo la hipocresía, mimetizándose, acechando a la sombra.

Los hipócritas son palangristas, arribistas, escaladores del poder, generadores de chismes, cobardes, lisonjeros, acomodaticios, ladrones de sueños, en dos palabras: vulgares traidores, ¡perdónenme, si faltó algún otro epíteto!

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