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¿AMNISTÍA PARA FASCISTAS Y SANGUINARIOS?

Por: Mario Fernández P.
Una cosa es ser crítico y otra ser opositor, como una cosa es ser opositor y otra ser “oposicionista”.

Ser crítico es cuestionar alguna postura filosófica, económica o política, valorar alguna obra de arte o período artístico, etc. En cualquier caso, la crítica debe ser fundamentada o será sometida al rigor de aquellos que critican a la “crítica”. Algo así como la negación de la negación hegeliana, que no tiene nada que ver con el nihilismo, sino con la dialéctica.

Ser opositor es asumir personalmente y hasta con la propia vida, la defensa de aquello que se cree es vital para la existencia misma. Pero un opositor debe ser ante todo un crítico −tal cual se plantea en el párrafo anterior−, de manera que si la fuerza de su palabra, rigurosamente razonada, no logra cambiar el curso de lo criticado por él, entonces estará dispuesto a arriesgarlo todo, absolutamente todo, por su ideal.

Una verdadera y seria crítica debe estar acompañada por una propuesta −dicen algunos−, porque si no, se convertiría en un superficial ejercicio de retórica y necedad. Pero no la necedad planteada por Silvio Rodríguez cuando nos dice a través de sus versos: “Será que la necedad parió conmigo/la necedad de lo que hoy resulta necio/la necedad de asumir al enemigo/la necedad de vivir sin tener precio…” (https://www.youtube.com/watch?v=bGQWU4UsUeA) −aun cuando los necios no reconozcan que esta es una gran canción−.

Entonces y por asociación, si un opositor no es inteligente y razonablemente crítico, entonces será un pésimo y necio comediante que se opone a todo: al canto del gallo, al vuelo de las golondrinas, a la luz de la luna, a la sonrisa de un niño, a la salida del sol. Es simplemente un “oposicionista”.

Pero si además de oposicionista, apela a la violencia física y psicológica en un afán por alcanzar aquello que ni la razón ni las leyes le confieren, entonces se convierte en terrorista, que es más justo que denominarlo fascista, y por supuesto, mucho más justo que llamarlo “guarimbero” y a sus actos “guarimbas”.

Quienes han asumido la “guarimba” como estrategia en la Venezuela actual −de estos momentos−, son además de oposicionistas, sanguinarios y mercenarios. Sin el menor recato en el método que emplean, llevados por mecanismos conductistas que se activan como catalizadores desde los medios de información tradicionales y toda forma de nuevas tecnologías de la comunicación llamadas “redes sociales”, en cuyo caso deben denominarse “redes anti-sociales”.

Traer acá, los ejemplos de barbarie que han cometido estos sanguinarios, no sumará mucho a los que la fotografía y el video minuciosamente han puesto sobre el tapete. Algo así como el tapete de entrada al infierno que estos siniestros oposicionistas vienen construyendo desde hace mucho tiempo en las calles de Venezuela.

Es obvio que quienes encabezan físicamente estas atrocidades son y están siendo pagados: nadie −por desquiciado que esté− se va a levantar en las madrugadas a colocar guayas para degollar motorizados, cortar árboles para cerrar calles, ni subirse en las azoteas de algunos edificios para arrojar cualquier tipo de objeto a la gente que transita por el frente, incluso disparándole, gratuitamente.

Pero no todos los oposicionistas están subvencionados ¿Qué ocurre entonces? Tal vez opere algo que pudiéramos catalogar como síndrome entomo-psicológico −se me ocurre esta expresión−, en una combinación de feromonas insectiles con instinto de muerte. Sigmund Freud le escribió a Albert Einstein a principio de 1930, lo siguiente: “el hombre tiene en sí mismo un instinto activo para el odio y la destrucción”. A lo que agregamos, solo faltará un disparador que active dicho instinto y es la propia guarimba encendida de fuego y odio generado a través de los medios ya mencionados la encargada de tal fin.

Cuando una abeja africana encaja su aguijón en el cuerpo de la víctima, despide una feromona que inmediatamente capta el resto del enjambre como una amenaza para todas y se abalanzan masivamente azotando hasta la muerte al infortunado que se atraviese frente de éstas. Algo así puede ocurrir con las personas, recordemos los linchamientos que suelen darse en cualquier comunidad del mundo, donde sin mediar las fórmulas legales, la gente asume por sus manos su idea de “justicia”.

Todo esto tiene su temperatura, según el medio local o internacional que lo exhiba. De hecho, en algunos momentos entra en estado de latencia la tala de árboles para la armazón de las guarimbas o barricadas, los terroristas subidos en los techos, la colocación de guayas, etc., pero hoy intentan −como siempre− una amnistía que eche por tierra todo el listado de crímenes, atropellos, transgresiones mencionadas en este texto más las que no se citaron, incluso las que pudieran cometerse en el lapso desde que se expresó esta nueva arremetida −porque tienen el tupé de anunciarlo−. Pues la sola idea y posterior propuesta de amnistía es un acto de violencia tan grave como lo acometido físicamente, es una puñalada antes que penetre el cuchillo, un quiebre a la más elemental normativa de justicia de cualquier país.

En el 2014 intentaron el beneficio de esta indulgencia ante similares acciones terroristas, que, menos mal no lograron, puesto que de haberse aprobado este adefesio jurídico pretendido por quienes hoy ocupan la mayoría de los asientos en la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, además de lo injusto, sería como darle carta blanca a cualquier delincuente que, por ejemplo, tranque las calles con el objeto de someter a los transeúntes despojándoles sus pertenencias y sus vidas. “Cosas veredes, Sancho” …

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