¿Por qué Marx?
Por: Ezequiel Martínez Gíl
Carlos
Marx nacido en Tréveris, Alemania, en 1818 y fusionado con el infinito en
Londres, Inglaterra, en 1883 fue, ante todo, dos cosas: un revolucionario
teórico y un teórico revolucionario.
En
tanto revolucionario teórico, Marx fue un destacado activista y militante comunista
desde los 24 años y no dudo ni se desvió ni por un segundo de la misión que se
había trazado en vida; contribuir a la destrucción de la sociedad burguesa,
acabar con todas sus premisas y supuestos para, desde allí, construir una
sociedad sin clases en donde la humanidad pudiera ser auténticamente libre.
Y
es que Marx, que vivió en la penuria económica gran parte de su vida adulta y
que le tocó en vida soportar la muerte de varios de sus hijos, nunca abandonó
ni renegó de su lucha contra el sistema capitalista, muy al contrario. Marx -si
se me permite la analogía- padeció, al igual que el profeta bíblico Job, todas
las plagas que el capitalismo tenía por ofrecerle y, a diferencia del personaje
bíblico, soportó estoicamente todas sus arremetidas. Marx, que sólo tenía
sarcasmos y puyas contra el sistema que juraba haberlo derrotado, se refirió a
sus desdichas exclamando ¡sólo espero que el capitalismo se acuerde de mis
furúnculos!
Esta
actitud, para aquellos que no buscan cambiar el mundo, puede parecer
irracional, puede que, desde un punto de vista burgués, raye incluso en la
estupidez. Para esa clase de personas, que se movilizan en el mundo siguiendo
una lógica instrumental y utilitaria, consumir la propia vida por una causa que
transcienda la individualidad parece algo ingenuo.
El
Marx empírico era un individuo irascible y furioso con el mundo, su eterna
indignación no era sino el reflejo de un mundo cruel. Marx articuló su rabia,
que no era sino la rabia de una sociedad entera, en una racionalidad teórica y política que le cayó como una bomba al
capital. Y es que Marx, persistente como un viejo fantasma que se niega a
morir, revolucionó la manera en cómo la humanidad concebía hacer trabajo
teórico. La teoría de Marx no es contemplativa, es un discurso abierto afilado
con mesura y diseñado expresamente para herir el corazón de la bestia. Es un
arma política donada al proletariado para articular el discurso de los
oprimidos en un lenguaje coherente que exprese sus sentimientos en tanto
oprimidos. La teoría de Marx es, al decir de John Holloway, ácido que corroe
los fijos estamentos con los que el capital se siente seguro.
Marx,
en tanto teórico revolucionario, es negatividad
pura, tomó cada uno de los presupuestos de la modernidad y los destruyó
internamente; su trabajo teórico se asemeja a la demolición programada de
estructuras urbanas; la implosión por detonación de explosivos cuya onda
expansiva estalla desde dentro del
radio a destruir. Su crítica no es externa ni moral, invade como una bacteria
las premisas del capital y las corroe por dentro mostrando que se sustentan en
los mecanismos de explotación y opresión más descarnados jamás inventados.
Digamos
brevemente cuales son los aportes que considero más relevantes de su
argumentación. Marx atacó furiosamente al mercado, y más que todo a la
mercancía. Para Marx, la mercancía es un aparato lleno de sutilezas metafísicas
que corroe la mente humana y lo lleva a cometer los actos más deleznables. Marx
notó que vamos al mercado porque somos personificaciones
de la mercancía, si asumimos las máscaras económicas de comprador, o vendedor
es porque realizamos el deseo de realizar a la mercancía en su compraventa. La
mercancía nos utiliza para ser intercambiada por dinero y lograr autonomizarse
de las personas convirtiéndose en capital, que no es sino el valor que se
acrecienta sin finalidad, sólo por el mero hecho de acrecentarse. En un mundo
así, invertido, fetichizado, es en donde los venezolanos de a pie nos movemos
constantemente: acechados por los precios, por el dinero que aumenta o baja de
valor por sí mismo, a las mercancías inalcanzables, a las mercancías propias
que nos obligan a ir al mercado a intercambiarlas por algo con lo cual mendigar
comida. Vivimos en un mundo dominado por cosas y ante las cuales no somos sino
sus criaturas y marionetas.
A
este grueso análisis social Marx lo llamó fetichismo, y no es sino un aspecto
crucial y enajenado de otro aún más crucial y enajenado; la lucha de clases. Para Marx la lucha de clases
obrera es contra su propia condición de
ser obreros, es una lucha interna cuya consecuencia externa se refleja en
la lucha contra el que explota al trabajo obrero. La lógica no lineal de Marx
nos señala que el principal problema de este mundo es que el trabajo se
presenta ante el mundo como mercancía, como algo ajeno al trabajador e
intercambiable por un salario. El problema, según Marx, es que el obrero mismo exista. Ante tal situación
el obrero mismo debería desear no ser
obrero, para ello inicia una lucha contra
su propia situación y, como consecuencia, una lucha contra la burguesía que exige que el trabajo obrero siga
existiendo. La lucha de clases es el aspecto humano de la mercancía, para que la mercancía exista es necesario
que el trabajador esté separado de sus medios y condiciones de trabajo, y que,
por lo tanto, no sea dueño de lo que
produce ni del cómo ni del cuándo ni del dónde, lo que lo obligaría a
vender su capacidad para trabajar. Esta capacidad para trabajar se vende a sí
misma ante el mercado como mercancía, es usada para fabricar mercancías que
serán vendidas en el mercado y compradas por los obreros en un ciclo pavoroso y
sin fin.
Es
ante esta doble realidad que el discurso de Marx apunta en primer lugar, si
hubiera que resumirlo en una palabra sería enajenación. Este concepto esconde
la totalidad de la desdicha humana y es ante este concepto que Marx atenta con
toda su furia teórica. Por un polo, cosificación de las personas: el trabajador
se ve envuelto en un mundo cosificado y es el mismo cosa al servicio del
capital que sólo adquiere relevancia en este mundo por ser poseedor de una cosa
valiosa, la más valiosa de todas; la fuerza
de trabajo. Este es el mundo de la competencia feroz. Por el otro lado,
personificación de las cosas; las cosas nos
utilizan a nosotros revistiéndonos con máscaras económicas para ser
intercambiadas en el mercado. En el primer movimiento, la lucha de clases
subterránea, cotidiana, de un trabajo ajeno a sí mismo. En el otro movimiento,
la anulación de esa lucha que se presenta, más bien, como un momento
autorregulado de la mercancía, en donde ante el reluciente mundo del
consumismo, el trabajador se olvida de la lucha violenta que protagonizó y se
pierde en el consumo de la mercancía reiniciando el ciclo nuevamente.
Si
a mí me preguntaran ¿por qué Marx? Yo respondería; porque él nos brindó la
herramienta para ver en este mundo
cruel y cosificado. A partir de allí sólo queda subvertir.
Ahora,
a 200 años de su nacimiento, ciertamente Marx sigue causándole escozor al
capitalismo.
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